Amor más allá de la muerte -Capitulo 4; Desolación

El suave sonido de las olas al entrar en la arena inundaba la costa.
Un mujer que caminaba por la playa vio un bulto que yacía tendida sobre la arena.


Una tenue luz bañó la cara de Mariam, que despertó de un salto.
Miró en todas las direcciones, no sabía donde se encontraba, quería ver todo lo que la rodeaba.
Se encontraba en una pequeña habitación, encima de una cama de madera, cubierta por una manta vieja y un tanto desgastada.
Al otro lado de la puerta podía escucharse los pasos fuertes de una persona que iba de acá para allá y un suave aroma se colaba entre los resquicios de la puerta.
Mariam bajó las escaleras que se encontraban al otro lado de la puerta. Bajó en silencio, con cierto miedo.
-¿Ya estas despierta cariño? ¿Qué tal te encuentras?-Le dijo una voz femenina al ver asomar la cabeza de Mariam a la cocina.
Era una mujer morena, de ojos marrones y manos endurecidas a base de trabajo.
Sus ropas eran limpias pero viejas.
-Sí...Eh....Muchas gracias por acogerme.
Mariam siguió mirando a su alrededor.
La casa por lo que podía ver era pequeña, solo constaba de dos habitaciones y la cocina, que tenia a un lado de ella una mesa con tres sillas. Al otro lado de la cocina se encontraba una chimenea que estaba encendida y dentro había una pequeña olla, de la cual salía un aroma a especias.
-No te quedes ahí de pie mujer, siéntate.-Le indico la mujer una silla.
Al lado de mesa había una cuna, en la cual dormía un bebé.

Mariam tomo asiento, no pronunció ni una sola palabra.
Toda la estancia se hallaba en silencio. El aroma de la comida caliente en la olla se le hizo repulsivo a Mariam.

De golpe una ventana se abrió sobresaltando a la mujer que fue a cerrarla.
El bebé en la cuna empezó a llorar por el sonido al abrirse la ventana.

Mariam abrió los ojos de par en par, un olor delicioso y frenético hizo que todos sus sentidos se agudizaran. Sentía el latir del corazón de aquella mujer que tan gentilmente le dio cobijo. Podía ver como fluía la sangre por sus venas. Oler el aroma de su sangre...

Mariam soltó de entre sus brazos el cuerpo, aún cálido, de la mujer que sonó en toda la habitación al caer.
Retrocedió al darse cuenta de la atrocidad que había cometido.
De pronto todo se volvió un caos.
El llanto del bebé, el olor a sangre, a muerte. Todo se torno confuso para Mariam, que salió corriendo de aquel lugar.

Ya en el bosque, Mariam recobró la tranquilidad y pensó detenidamente en lo sucedido.
Recordó como la ventana se abrió, una ráfaga de aire golpeo el cuerpo de aquella mujer llevando consigo el aroma indescriptible de su piel morena. Un olor tan embriagador que Mariam no supo en que instante perdió la razón y se abalanzó contra aquel ser indefenso, que fue incapaz de librarse del abrazo mortal de este nuevo ser que ahora era Mariam.

La avalancha de sentimientos contradictorios confundieron su ser. Por un lado sentía satisfacción por haberle arrebatado casi por completo toda la sangre, por otro lado culpable, pues no era normal sentir aquella sed de sangre que le hacia perder la consciencia.
Empezaba a verse entre los árboles tímidos rayos de luz. Uno de ellos se encontró con la piel mortecina de Mariam y al contacto con esta, su piel, se oscurecía desprendiendo un olor a carne quemada.
Sintió un hormigueo que poco a poco fue convirtiéndose en un ardor, rápidamente aparto la mano del sol.
>>¿Nunca más podre ver el sol de nuevo? ¿En que demonios me he convertido?[...] Un demonio<<
Pensaba mientras volvía a sentir el escozor en sus ojos pero esta vez noto como algo húmedo caía por sus mejillas y al secarse las lágrimas pudo comprobar que ya no quedaba rastro de humanidad en su ser, pues estas lágrimas no eran otra cosa que gotas de sangre que brotaban de sus ojos, y con gran pesar busco un lugar donde esconderse, donde pasar el día y en donde torturarse con su nueva condición.




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